Alguien como ellos, pequeño y con ganas de jugar, esperaba el nacimiento de su hermanito. Solo para poder revolotear un poco más. Y el hermanito llegó, pero cuando quien lo esperaba quiso que lo mirara para que en adelante lo reconociera, no podía. Estaba ciego.
Cuando quiso mostrarle el camino para que al menos lo recorrieran juntos, no podía, sus piernas no respondían. Y cuando quiso que al menos aprendiera su nombre y lo llamara, tampoco podía. El pequeño no hablaba. Su hermano entonces se convirtió en el héroe de la lucha para que otros hermanitos no nacieran así.
La historia se llamaba: “El bocio malvado muere yodado”. Y cual novela sobre la Segunda Guerra Mundial, los datos ahí plasmados se basaban en hechos reales.
En esos tiempos, el 45% de la población del pequeño pueblo polvoriento, sin agua, luz, ni caminos accesibles para llegar a él, sufría de bocio. El resultado final fue mucho más que una enfermedad pasajera: los afectados y sus hijos vivían, y aún muchos siguen viviendo, con discapacidades.
El padre Jaime Álvarez fue el extranjero que abrió los ojos ante una realidad nacional. Él se encontró con ese panorama desolador en el que los discapacitados “se arrastraban por la tierra porque una silla de ruedas ni se soñaba”. Eso era “aterrador, deprimente”, repite aún con rasgos de dolor este colombiano que aprendió sobre la sensibilidad hacia los pobres de manos y hechos de Monseñor Leonidas Proaño, quien lo ordenara como sacerdote en 1978.
Pero cuando habla de esa tristeza lo hace siempre en tiempo pasado. Y tiene razón. Ahora visitar Penipe y encontrarse con una imagen de desencanto es imposible. No es cierto aquello de que la población vive a la sombra del volcán Tungurahua. Sus ciudadanos andan en sillas de ruedas, muletas o con sus piernas entre las cenizas o sin ellas y desde su entrada el cantón anuncia que no es el centro de la economía “autonomista” o “capitalina”. Su arco de ingreso tiene pintada una verdad: “Penipe, el pueblo de la solidaridad”.
Esta localidad hace ya casi tres décadas aprendió a sobrellevar más que desastres naturales y aquí “los llamados débiles tienen la sartén por el mango”, tal como recalca el sacerdote al que todos respetan. Al que personas como María Brianei, una mujer de 30 años que tiene la mentalidad y la inocencia de una niña, llama “Papi”; o como Juan Moreno, un discapacitado físico, que lo identifica como “chuta, el padre ‘A todo dar’, si no ¿cómo más?”.
“Aquí estamos convencidos de que la fortaleza social está en los que los demás rechazan”.
PADRE JAIME ÁLVAREZ fundador del Cebycam.
Y es que a ellos y a muchos más Jaime Álvarez los hizo partícipes de una especie de terapia intensiva para aprender a luchar contra la adversidad. Aquella terapia empezó con esos niños que recitaban, no solo en la escuela sino también en sus casas, aquella historia de la realidad: “el bocio malvado muere yodado”.
Todo partió de la educación y sigue partiendo de ahí. Hace 25 años fundaron el Cebycam (Centro de Erradicación del Bocio y Atención para los Minusválidos), pero hace 15 años esas palabras y la realidad del bocio endémico desaparecieron. Entonces el Cebycam tomó otro sentido. Ahora es el “Cebycam - Ces”: Centro de Desarrollo Humano y Economía Solidaria.
En ese sitio que invade a todo Penipe, el motor económico son los que otros verían con ojos de vulnerables, pero que aquí no lo son. Las industrias, extensiones universitarias, espacios de salud, albergues y centros comunitarios no son “exclusivos” para discapacitados, pero tampoco se preocupan por tener solo un porcentaje de ellos. Aquí esa “meta” de que las empresas deben contar con una nómina que incluya al 4% de personas que viven con necesidades especiales, resulta risible.
El Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales de España, no de Ecuador, reporta que hasta 2006 “un total de 675 FAMILIAS (que viven con y sin discapacidades) participaban en las acciones del Cebycam-Ces. Además, se han creado 103 puestos de trabajo permanentes y aparte se da trabajo en construcciones, trabajo a destajo en la fábrica de calzado, mantenimiento de canales y actividades agrícolas, a más de 100 personas”.
Juan, que es el responsable de un par de esas industrias -específicamente del taller de imprenta y tarjetería y gerente de la fábrica de cárnicos-, dice que ahora volver a hacer cálculos para la actualidad es imposible. “Es que todos movemos al Cebycam-Ces. Todos es todos. Todos los que vivimos en Penipe de alguna forma nos involucramos. Discapacitados o no, porque la promoción de la integración aquí no hace falta. Es que andar en sillas de ruedas es normal y no causa lástima. Ya ve, es que aquí somos gente VIP (very important person)”, dice entre risas Juan, que cuando se refiere a “todos” habla de más de 7.200 personas que conforman el cantón.
Y en serio el Cebycam parecería ser un sitio VIP porque ha sido premiado incluso internacionalmente. Su lista de galardones llega, al menos, a los quince y entre ellos están el premio Reina Sofía de España y la Orden Nacional al Mérito en el Grado de Caballero al padre Jaime. Quien, además, hace dos meses, recibió otro reconocimiento foráneo por ser “El Defensor de los Discapacitados”.
Esos discapacitados que allí se mueven con una agilidad que desafía a cualquier atleta y con una desenvoltura que intimida a cualquier retraído.
Juan, por ejemplo, es capaz de efectuar a los visitantes un tour por todo Penipe sin desmayar. Porque lo que enseña es el resultado de lo que él ha visto crecer durante 23 años, el tiempo que lleva en la localidad y como discapacitado tras romperse la columna en un accidente de tránsito. A sus 50 años, eso es historia olvidada y es más, superada.
En el taller de tarjetería trabaja junto a otros dos discapacitados: Marucha y Víctor, además de Corina, quien con todas sus capacidades de cuando en cuando se convierte en “el motorcito” -como se autodenomina- de sus compañeros. Juntos se encargan de elaborar hasta 12.000 tarjetas bordadas a mano que se venden “e incluso son peleadas”, apunta Juan, a nivel nacional.
Esa misma calidad y eficiencia empresarial tiene Lenín Merino. Un hombre de 29 años que a sus 13 quedó paralizado de la cintura hacia abajo, también por un accidente de tránsito. Él es responsable de Cebyseda y este negocio alcanza sus ventas hasta en España e Italia.
Lo hacen dignificando el trabajo. “Discapacitados y ‘capacitados’, aquí trabajan por igual. El trabajo da esperanzas de vida a todos”, menciona Lenín, quien, además, estudió normalmente en el colegio de Penipe, ahora está culminando su licenciatura en Educación en la Universidad Equinoccial y empezando su Ingeniería en Contabilidad en la Universidad Indoamérica. Para esto no necesitó ni de la gratuidad, ni de emergencias para el grupo vulnerable, porque tiene bien claro que “es uno quien en la vida tiene que buscar y lograr todo. Si pide que todo se lo den hecho, está perdido el ‘capacitado’ y el discapacitado”.
Y muchos más piensan igual. Por eso ya otras 27 personas, gran parte de las cuales viven en similares condiciones a las de Lenín, se convertirán este año en los primeros universitarios de la educación superior a distancia que también se encargó de gestionar el Cebycam.
Todo porque el padre Jaime se reconoce un “obsesivo de la educación”. Debido a eso él coloca varias reglas para quienes de otras provincias acuden hasta el Cebycam-Ces a pedir algo de ayuda.
“La regla base es: se opta por la vida en común o regresa solo a quejarse de su dolor”, recalca el sacerdote. Y es que “hacer la vida en común” no es otra cosa que apostar por crecer intelectual, económica e incluso afectivamente.
Algo así aprendió Juan, quien incluso viajó a Italia para capacitarse sobre la organización y crecimiento social de los discapacitados, luego llegó a ser concejal suplente del cantón, tener su casa propia, casarse con Sandra Gualsaqui y tener un hijo.
Precisamente su esposa, quien posee todas sus capacidades intelectuales y físicas, se encarga de otra área relevante que se impulsa en esta comunidad desde el mismo centro de desarrollo: La adopción a distancia para el desarrollo infantil.
Esta iniciativa busca que personas con posibilidades económicas apadrinen desde sus respectivos países - en este caso hay de Italia y España - a niños en situación vulnerable que habitan en Penipe y que requieren de una ayuda económica, apenas significativa, pues es de solo US$ 15 mensuales, para estudiar sin abandonar su pueblo.
Al momento más de 600 niños se benefician con esta iniciativa y podrán continuar su preparación incluso universitaria a la que ya pueden acceder también por gestiones del Cebycam. “Porque esto no es paternalista, aquí la persona desde pequeña debe aprender a buscar su desarrollo y si no lo hace, entonces nadie tampoco lo ayuda. Los niños y sus padres saben que la preparación académica y el trabajo son la mejor rendición de cuentas que pueden y están obligados a hacer”, menciona Sandra.
25 años de vida lleva funcionando el Cebycam-Ces, aunque sus iniciativas efectivas empezaron a planearse hace 27.
Sus palabras son casi un discurso repetido y asimilado por otros tantos integrantes del espacio de desarrollo humano y economía solidaria. Por ejemplo, Nelly Castillo, quien sufre de discapacidades producto de la poliomilitis, fue la primera mujer en unirse a todas estas iniciativas hace 22 años.
Ahora, desde su puesto en la farmacia, entrega un medicamento gratuito y otro pagado al enfermo que lo solicite, pues esa es la disposición de ayuda del espacio de salud del pueblo. “Pero la sanación no solo se hace así. Este centro de atención también ayuda sicológicamente a quienes apenas están aprendiendo a notar que nunca han dejado de ser personas normales y que pueden trabajar y enamorarse”, menciona esta mujer de 44 años, quien también logró formar su hogar en Penipe.
Ella se casó con Antonio Sandoval que labora en la industria de calzado “Vinicio” (otra vez: surgida por y desde el Cebycam-Ces). Él, a pesar de tener paralizada parte del lado derecho del cuerpo luego de que le dieron un golpe en la cabeza, trabaja acucioso armando y pegando cada material de los zapatos que luego se distribuyen, sobre todo, en colegios de la Sierra del país. Lo hace junto a otras 17 personas, la mitad de ellas con necesidades especiales.
Allí tampoco hace falta que inspectores laborales revisen si se respeta o no la ley. Siendo un cantón que apenas se registra en los diarios solo cuando la ceniza llena a sus habitantes hasta el tope, aquí los trabajadores están asegurados y su salario se ajusta a la ley.
“Es que lo importante es que nos tratan como personas con derechos. Aquí por eso nunca me siento como una carga, porque me incentivaron a trabajar y me reconocen esa labor. Soy activo con todo y mi discapacidad”, afirma Ángel Martínez, quien cose, martilla y se mueve sin problemas de un lugar de otro a pesar de que la polio lo volvió dependiente de unas muletas.
Él, además, vive en el centro comunitario “Jesús Resucitado”, también del Cebycam-Ces. El lugar permite que quienes viven con discapacidades habiten en un espacio común y luego acudan a participar de las actividades laborales del centro de desarrollo.
Allí habitaban antes Juan y Lenín. Desde ese espacio empezaron su recuperación “interna”, como le llaman al asimilar que pueden seguir adelante aun desde una silla de ruedas, para después unirse a las actividades económicas de Penipe.
Ahora son autosustentables, como todas las actividades de la comunidad. “Nada, pero nada es de limosna, aquí todo lo hemos levantado sin ayuda del Estado”, recalca el padre Jaime. Y afirma que si antes desde el sector público no le ayudaron, pues que espera que una vez que él no esté “que no se los quiten. Aquí estamos convencidos de que la fortaleza social está en los que los demás rechazan”.
600 niños en condiciones vulnerables se benefician con el programa de Adopción a distancia del Cebycam.
Porque a él le siguen llegando “rechazados” en sitios como el hogar de ancianos que empezó a construir “con apenas treinta sucres” y que ahora aloja a más de 70 personas de la tercera edad.
Pero, sobre todo, le ha tocado afrontar esa pared social del repudio en la “Casa de la caridad”. Un espacio que creó para los niños abandonados por sus padres y demás familiares en las calles, debido a que los pequeños viven con diversas discapacidades.
En los diez años de existencia del lugar, ha visto cómo algunos recuperan su motricidad, otros la pierden u otros nunca llegaron siquiera a tenerla. “Estos son mis mimados”, dice la Madre Maria Elena.
Aunque con rezagos de dolor también reconoce que ha visto morir a algunos de los niños y niñas que allí vivían por su condición severa de discapacidad. Pero toma fuerzas, las mismas del día a día, y dice: “Igual se sigue. Aquí se continúa siempre por los que viven y más que nada por los que aceptan finalmente que quieren y pueden vivir”.
Fuente: El telegrafo
¡Tienes que ser miembro de RioenRed para agregar comentarios!
compartir RioenRed