Honor y deshonra en altamar
(A propósito de los 100 años del naufragio del Titanic)
El acorazado Graf Spee, fue un barco de guerra alemán que a comienzos de la segunda guerra mundial sembró el pánico en el Atlántico Sur. Fue destinado por el Alto Mando Alemán a patrullar al sur del ecuador y a hundir todo barco mercante inglés que se ponga en su mira. El Graf Spee cumplió ampliamente con su propósito, convirtiéndose en letal corsario, terror de la marina inglesa. La preocupación del Almirantazgo Británico fue mayúscula, pues el acorazado alemán amenazaba con cortar las líneas de abastecimiento británicas, vitales en tiempos de guerra. El mando inglés desesperado destinó una enorme flota de barcos de guerra para dar caza al corsario alemán. El crucero germano era veloz y escurridizo, su amplio radio de acción y su continuo desplazamiento hacían casi imposible su localización, agravado por el hecho de que era abastecido en alta mar por un buque cisterna, de tal manera que no acoderaba en ningún puerto.
El esfuerzo inglés dio sus frutos. El Graf Spee fue finalmente localizado frente al Rio de la Plata. Aquí se dio la memorable batalla en donde el acorazado alemán enfrentó a los cruceros británicos Exeter, Ajax y Achilles. A pesar de la considerable superioridad inglesa el Graf Spee, puso casi fuera de combate a los barcos británicos, sin embargo también sufrió varios impactos directos que mataron a varios marinos alemanes y destruyeron parte de sus equipos, esto sumado a la escases de munición, obligó a su comandante Capitán Hans Langsdorff ordenar la retirada y refugiarse en el puerto de Montevideo.
Uruguay, la pequeña nación sudamericana, hasta ese momento neutral, recibió en su puerto al acorazado alemán que necesitaba urgentes reparaciones en su estructura, curar a sus heridos y enterrar a sus muertos. Los ingleses sabían que tenían a su presa acorralada y no quería dejarle escapar, empezó entonces la presión del Imperio Británico al débil gobierno uruguayo. Según los ingleses, basándose en no sé qué ley Internacional, un país no beligerante, solo podía acoger por 72 horas a un barco de guerra de un país en conflicto bélico. Basados en esta disposición el gobierno de su Majestad Británica presionó al gobierno uruguayo para que ordene al crucero germano abandonar el puerto en el término de 3 dias. Para el capitán del Graf Spee, comandante Hans Langsdorff, este ultimátum significaba una sentencia de muerte. El acorazado no estaría en condiciones de presentar batalla en tan poco tiempo, ni siquiera podría escapar en esas condiciones. Enfrentarse a la poderosa flota británica, que como jauría esperaban a su presa, hubiera sido sacrificar inútilmente a sus hombres y a su barco. Tomó entonces el capitán Langsdorff una dramática decisión.
El día que culminaba el plazo dado por el gobierno uruguayo, el Graf Spee zarpó del puerto de Montevideo con dirección a alta mar. Miles de uruguayos se habían congregado en el puerto con la curiosidad de ver una batalla naval cerca de sus costas. A unos cinco kilómetros del puerto, el acorazado detuvo sus máquinas y sus tripulantes comenzaron a abandonar el barco, el capitán Langsdorff fue el último en dejar al nave. Cuando los hombres del Graff Spee se encontraban a cierta distancia de su buque, se escuchó una horrenda explosión en el barco y a poco éste empezó a hundirse. Los alemanes habían echado a pique su barco para evitar que caiga en manos de sus enemigos.
No terminó aquí el drama del Graff Spee. El comandante del buque, regresó a Montevideo, visitó a sus marinos heridos, habló con sus hombres, conversó con las autoridades uruguayas respecto a la confinación de sus marinos, logró el traslado de algunos de sus oficiales a Buenos Aires. Con las cosas en orden, se retiró a su hotel. En su habitación, escribió varias cartas entre ellas a su esposa y a su único hijo donde justificaba su proceder. Hecho esto se envolvió en la bandera de la Marina Imperial Alemana y se pegó un tiro. En una de sus cartas había escrito que el destino de un capitán de barco estaba unido a la de su nave.
Claro, entonces eran otros tiempos, cuando el honor de los hombres de mar, estaba por encima de toda consideración. Para esos viejos lobos de mar, hundirse con su barco era la muerte más honrosa.
Hace poco un irresponsable capitán de un barco turístico italiano, encalló su nave negligentemente en un bajío frente a la costa Toscana. El Costa Concordia, enorme crucero turístico, escoró a babor, provocando la muerte de varios turistas y la desaparición de otros más. El capitán del barco en lugar de organizar la evacuación, estuvo entre los primeros en abandonar la nave dejando a su suerte a todos los pasajeros y tripulación, actitud cobarde y deshonrosa para un marino.
Edward John Smith, capitán del trágicamente famoso Titanic, que se hundió hace cien años en las heladas aguas del Atlántico Norte, escogió una muerte honrosa, sus restos o lo que queden de ellos descansan a 4 mil metros de profundidad junto al enorme buque que capitaneó en su primer y último viaje.
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