LA RIOBAMBA QUE YO VIVI
Ya no es la misma de antaño. Dejó de ser hace rato la pequeña y orgullosa ciudad. Hoy con aires de gran Metrópoli perdió su encanto para nosotros que la vimos adolescente, inocente y arrogante al mismo tiempo. Conventual, afable, con prejuicios centenarios, donde todos nos conocíamos y los apellidos eran más importantes que el dinero y el talento. La ciudad vivía un eterno letargo, un sueño surrealista que el famoso león dormido se negaba abandonar. Los límites geográficos de la ciudad tardaron décadas en ser superados. El Parque Infantil y Bellavista, extremos de la ciudad, quedaban “ lejísimos”, un tour a Guano o Yaruquíes era una aventura. El Chibunga, aunque no lo crean, era respetable y en invierno hasta peligroso, de niños jugábamos en sus charcos llenos de timbules, en sus orillas abundaba una especie de arcilla llamada greda, útil para moldear figuras, hoy el rio no es más que un miserable y contaminado meandro.
La pequeña ciudad, ostentaba con orgullo sus blasones: “Muy noble y muy leal San Pedro de Riobamba”, nunca supimos a quien le fue “ muy leal”, sin embargo a todos los riobambeños nos encantaba la simpática frasecilla.
Ciertamente la pequeña Riobamba era orgullosa de su ancestro castellano, era una especie de ciudad Condal, noble, arrogante, prejuiciosa hasta el extremo. Los pocos indígenas que vivían en la ciudad eran cargadores en los mercados o huasicamas en las casas de los blancos. Solamente los sábados, día de la feria, la ciudad se llenaba de indígenas de toda la provincia, los pobres naturales consecuencia de una secular explotación y abandono, caminaban por las calles tímidos y cabizbajos, “ amitu patrón”, llamaban a los citadinos.
Las familias “ mas nobles”, de sonoros apellidos, aun eran poderosas, orgullosos hasta el extremo, miraban a todo el mundo por encima del hombro, nostálgicos de la monarquía, eran ellos quienes elegían a la Reina de Riobamba, entre gallos y medianoche, asomaba al otro día la flamante reina salida de la camada de una familia terrateniente.
Imaginen una ciudad casi sin automóviles, los pocos que circulaban levantaban nubes de polvo pues la mayoría de calles eran de tierra, los perros los perseguían ladrando y todos mirábamos al privilegiado ser que ostentaba semejante artilugio mecánico . Ciertamente tener un automóvil en aquella época era verdaderamente un lujo, no hacía falta, la ciudad era tan pequeña que todo quedaba cerca. Los autos familiares duraban años en manos de sus dueños y generalmente solo se usaban los fines de semana para el paseo familiar, viajes cortos a Guano a comer cholas, tortillas de piedra en Penipe, cuyes en Yaruquies, fritada en Santa Teresita. Cuando el dinero escaseaba, simplemente se paseaba por la 10 de Agosto , subiendo y bajando interminables veces por la tontódromo , que en aquella época era de doble vía.
La vida transcurría lenta y apacible, pocas veces la paz conventual de la ciudad era alterada, un robo al amparo de la noche era muy raro y si ocurría era materia de comentario por días, los pocos rateros que medraban, eran bien conocidos y se les miraba con más lástima que temor. Un crimen, un secuestro, un suicidio era algo excepcional y escandaloso que conmovía a la ciudad entera por meses.
Ya para entonces, tenía la ciudad su zona rosa, lugar de tolerancia, lugar prohibido, la “zona erógena” de Riobamba, donde se rendía culto a Venus y a sus ninfas. Se ubicaba por la salida Oriental ( vía a Baños). El antro mas famoso era “ La Zapatilla Roja”. Aquí reinaba sin discusión la Paca Cucalón, la ramera mas famosa que ha ejercido en Riobamba.
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