En mi niñez el fin del año escolar era esperado con ansiedad y vehemencia, su terminación significaba una fiesta y la seguridad de una bien merecida recompensa por todo el esfuerzo desplegado en la escuela durante nueve largos meses de estudio y dedicación. Nos preparábamos entonces para la aventura suprema: las largas vacaciones de verano en el pequeño pueblo de mis abuelos, una diminuta aldea perdida en las estribaciones de la Cordillera Oriental de los Andes, al pie del aquel entonces…
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